sábado, 6 de octubre de 2007

Los otros niños de la guerra (II)


En las colas interminables de los comercios con las Cartillas de Racionamientos, se veían rostros famélicos, hambrientos y pálidos, niños delgados y endebles de nuestra edad portando en los rostros la huella de la miseria o la enfermedad y algunos marcados por la tina con unas manchas amarillentas que aparecían en el cuero cabelludo de los menores que los médicos trataban con yodo y nuestras madres con una mezcla de aceite y azufre con el que hacían una especie de papilla que nos untaban sobres las postillas en el cuero cabelludo o en cualquier lugar o parte del cuerpo.
Nuestros días pasaban esperando en la cola del comedor de Auxilio Social, donde hoy se encuentra en la calle San Juan, el Centro de la tercera edad, o en la iglesia de Santo Domingo con la medallita al cuello donde en ambos lugares nos obligaban a cantar el famoso "Cara al Sol" antes de entrar a comer aquellos que nos podían dar.
El Auxilio Social fue fundado por doña Mercedes Sanz Bachiller, viuda de Onésimo Redondo con el nombre de Auxilio de Invierno copiado de los alemanes, instaurándose el primero en la ciudad de Valladolid el 28 de octubre de 1.936, pasando a la historia en el año 1.976 después de 40 años, donde ya solamente se utilizaba en los centros escolares y sanitarios que se habían ido creando a partir de los años 50.
En Auxilio Social esperábamos los días en que se repartía el socorro a los padres de familias, grandes colas desde las primeras horas
de la mañana para recoger en un cacharro varios cazos de una pegajosa mezcla de Lentejas con bichos y un trozo de pan por cada miembro de la familia mientras los niños esperábamos a que las calderas se quedaran vacías para entrar a limpiarla y comernos aquella bazofia digna de los campos de concentraciones alemanes.
Y así fuimos viviendo aquellos años y dejando atrás nuestra infancia caminando hacía la pubertad sin pensar que habíamos dejado una niñez que no habíamos vividos y que ya no la podríamos recuperar.
A nuestra edad nunca nos veíamos saciados de alimentos y crecíamos débiles como plumas. Los artículos de primera necesidad manipulados por los estraperlistas, eran malos, escasos y adulterados, el pan blanco estaba por las nubes y se recurría al elaborado con diversas mezclas de harinas de cebada, centeno o maíz en aquellos años interminables de hambres, miedo y represión.
El trigo se molía de madrugada en viejos molinillos de café y la harina, tras pasar por un cedazo, servía para que nuestras madres nos amasaran el pan o, nos hacía unas "polea" que nos enfriaba el hambre por varias horas. Con el salvado sobrante, o sea, la cáscara del grano desmenuzado, unos granos de anís y un poco de azúcar morena, se hacían unas tortas que resultaban exquisitas para mitigar nuestras necesidades. Muchísimas tardes, nos reuníamos varios chavales y nos dedicábamos a rebuscar por el campo hierbas o plantas comestibles, frutas en los huertos y moras en las moreras burlando muchas veces a los Guardas Campos que utilizaban unas carabinas con "balas de sal". Las blanca flores de las Acacias saciaban nuestra hambre, y las mondas de las patatas una vez lavadas y bien picadas, servían para una tortilla de patata española; la cebada, tostada y molida se convertía en el mejor sucedáneo del café que endulzábamos con un azúcar moreno o pastilla de sacarosa o, aquel famoso "pan de pobre", que se fabricaba de forma manual con higo secos a los que se le añadía castaña, bellotas o nueces.
En las calles se seguían viendo a infinidad de trabajadores del campo sin trabajo, mendigos y lisiados de la guerra que llegaban a los pueblos a pedir limosna de puerta en puerta o en las entradas de las iglesias y conventos. Soldados excombatientes luciendo en el pecho con-decoraciones de latón que disfrutaban de una mínima pensión con la que podían sobrevivir y mostraban en sus cuerpos señales de viejas heridas como trofeos de guerra.
En la España trágica y silenciosa vivíamos tristemente y soportábamos con entereza aquellos difíciles tiempos, durante muchos años conservamos en nuestras retinas las infinidades de casas destruidas donde jugábamos entre sus escombros, y de la misma manera se encontraban los campo abandonados y sin sembrar y asolados por los incendios. Con estas escenas, fueron pasando los años entre hambre y represión, inquietudes, miedos e impaciencia. Muchos padres aguardaron, llorando, el retorno de sus hijos que un día salieron de sus casas y nunca regresaron. Y muchos hijos pequeños, también niños de la guerra, esperaron con ansiedad la vuelta de sus padres que se los llevaron para dar un "paseo" y no volvieron nunca más.
Algunos yacen enterrados en desconocidas fosas comunes y otros, los que jamás lograron "escapar" del exilio en el extranjero, se nacionalizaron rusos, mexicanos, belgas o franceses, sin que por ello fueran más felices o desgraciados que nosotros, los niños que vivíamos el drama de nuestros padres día a día en un país atemorizado y desolado por el viento de la guerra. Cuando se apruebe el actual proyecto de Ley sobre la MEMORIA HISTÓRICA, de un pueblo martirizado por eternos resentimientos y rivalidades políticas para rescatarla de las negras aguas del abismo, espero que quede reflejadas en sus páginas los "otros" niños , de esa guerra cruenta que aquí también quedaron y que al fin y a la postre fueron los que levantaron España en los campos y la industria hasta dejarla en 1.975 a la altura en que se la encontraron los políticos "exiliados" que no le faltaron pan y hogar fuera de nuestro país mientras que aquí nos costaba sudor, sangre y lágrimas llevarlo hacía arriba.
De esta manera fueron pasando los años que llevaría a España al desarrollo de estos años, pero para entonces ya habíamos dejado de ser niños.

ver pdf http://www.scribd.com/doc/10971117/Los-Ninos-de-La-Guerra-2

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