sábado, 25 de junio de 2016

SECUESTRADOS 1

El lunes día 15 de julio de 1969, después de arranchar el barco y preparar la máquina, salimos navegando del Puerto de Santa María, puerto base, atravesando la bocana y el espigón, no sin antes saludar al monolito donde se posa la Virgen del Carmen frente al Club Náutico y saliendo a la bahía de Cadíz, dejando a la Tacita de Plata atrás y, al través de babor la boya de “Las Puercas”, navegando a mar abierta para enfilarnos hacía las costas de Marruecos donde este turno íbamos a trabajar.

Como todos los meses, habíamos sacado la Licencia de Pesca en la Ayudantía de Marina del Puerto de Santa María y, en este caso, llevábamos la seguridad de poder trabajar tranquilo sin que las lanchas marroquíes nos perturbara y nos dejaras realizar nuestra labor, y no tenerlo que hacer con la inquietud del que está fuera de juego e intranquilo.


La tripulación estaba compuesta por 9 hombres, la mayoría de Sanlúcar menos el motorista que era del Puerto y, si en verdad no me acuerdo de los apellidos de algunos, estos eran mis compañeros de infortunio aquel turno.


Patrón......................... Antonio Rosa Gallardo (El Quinina).
1º Motorista................. (El cañita) del Puerto Santa María.
2º Patrón...................... Antonio Prats Guerrero (El Cañizo)
2º Motorista................ José González Parada.
Contramaestre............ José Carrucho (El Carrucho).
Cocinero...................... José Raposo Muñoz (El Gringo)
Marinero..................... Antonio Lagomazzini.
Otro............................. Manuel Casado Martín (El Corona).
Otro............................. Juan Marín (Juan Lamamé).


Después de algunas horas de navegación, y de haber dejado atrás el Cabo de Espartel, ya en Marruecos, calamos la red en el caladero conocido por “Los Coreanos”, entre Arcilas y Larache, corriendo el arte hacía el sur hasta la caída de la tarde en la que chorramos y después de correr suelto algunas millas hacía el Sur, sobre las 02.00 horas de la mañana, volvimos a calar al norte de Kenitra por tierra en dirección Sur en un fondo de aguas clara con sonda de 15 brazas con ánimo de volver a chorrar al alba una vez amanecido.
Como era natural por esa fecha, la mar estaba en calma y la visibilidad era total; sobre las siete y medias de la mañana, el cocinero, mi compadre el “Gringo”, padrino de mi hija María del Carmen-, ya se encontraba preparando los enseres para la comida, mientras el Cañizo, desde el puente vigilaba el rumbo, la sonda y los cables por popa, los cuales venían abierto como era de esperar que vinieran por aquellas playas tan limpia de obstáculos y enroscaderos, y yo, desde el tambucho del guardacalor controlaba la máquina a la vez que oteaba el horizonte así como las playas de Kenitra de arenas limpias y rubias y que se encontraba al través a unos trescientos metros de distancias del barco.


         Mirando hacía el Sur, empieza a divisarse un punto negro que viene navegando paralelo a la costa a nuestro encuentro, hasta que se hace visiblemente su fisonomía tratándose de un patrullero Marroquí, que a toda marcha, y sin cambiar el rumbo, se nos viene encima. Al ver venir al patrullero, empiezo a dar grito al puente para llamar la atención del Cañizo y, éste, nervioso, al igual que el cocinero y yo, empezamos a llamar a la gente que, a los gritos corríamos cada uno a su destino en el barco para realizar las maniobras habituales, a toda prisa, tratando de meter el arte a bordo y correr hacía fuera para buscar las millas reglamentarias y legales para la pesca. 


        Pero no da tiempo para nada; la patrullera llega a nuestro costado abarloándose y, espera que terminemos las maniobras de chorrar para abordarnos. Nuestro temor en un principio no era el apresamiento del barco, ya que estábamos pescando legalmente, pues teníamos Licencia de Pesca pagada en la Ayudantía Militar de Marina del Puerto de Santa María cuyo valor mensual era de 14.000 pesetas para dedicarnos a esta actividad en dichas costas, además de llevar a bordo siempre una caja de bebidas, normalmente de coñac, más algún dinero con que pagar a los oficiales de las patrulleras siendo ésta la forma en que nos dejaban trabajar por tierra. 


        Pero esta vez no nos sirvió de nada, mientras el patrón y el primer oficial de la patrullera negociaban en el puente, otra patrullera es divisada por el Sur rumbo a nosotros llegando rauda a nuestra altura y echando a perder las negociaciones que de ésta manera se cambiaron rápidamente en orden de salir navegando con rumbo a Tánger apresado y escoltado por las dos patrulleras que nos seguían a corta distancia a pesar de habernos dejado en la cubierta, en la proa, un marinero que nos controlaba y vigilaba nuestros movimientos.